Resulta
del todo incomprensible el inmerecido olvido del que es objeto una película tan
encantadora y entrañable como “Sueños eléctricos”. Steve Barron, director cuyo
mayor logro sería la exitosa adaptación cinematográfica de “Tortugas Ninja”
(1990), debuta tras las cámaras con esta comedia romántica puramente ochentera,
con unos atractivos toques de ciencia ficción y mucha, mucha buena música. La
historia nos presentaba a Miles, un atractivo pero tímido arquitecto que se
compra un avanzado ordenador personal con la intención de que le facilite el
trabajo. Un accidente hace que la máquina adquiera consciencia propia,
comenzando una amistad con su amo que se verá puesta a prueba con la llegada de
una preciosa vecina nueva a la casa de arriba. Madeline, que toca el
violonchelo en una orquesta sinfónica, ensaya todos los días en su salón y su
música, filtrada por los conductos del aire acondicionado, encandila al
ordenador. Éste responde componiendo preciosas piezas musicales que conquistan
a la muchacha al oírlas… creyendo que su autor es Miles. Desde entonces se
desencadena una divertida competición entre hombre y máquina para hacerse con
el corazón de Madeline.
Protagonizada
por el poco conocido Lenny von Dohlen –sin duda, el de Miles es el papel de su
vida– y una Virginia Madsen especialmente guapa en sus comienzos, mucho antes
de su nominación al Oscar por “Entre copas” (2004) de Alexander Payne, la cinta
se gana fácilmente la complicidad del espectador gracias a la enorme química
que ambos intérpretes logran en pantalla. “Sueños eléctricos” gustará
especialmente a los amantes de la década de los 80, tanto por su estética
repleta de influencias del videoclip como por su inolvidable banda sonora de
Giorgio Moroder, que incluye canciones tan pegadizas como “Together in Electric
Dreams” (Philip Oakey) o “Love is Love” (Culture Club). La película hace
espectaculares versiones de piezas de música clásica a base de sintetizadores
que acompañan a la perfección a una historia romántica a tres bandas (o a
cuatro, si añadimos al “amigo” de Madeline, encarnado por el televisivo Maxwell
Caulfield) que, a pesar de la dulzura de la mayor parte de su metraje,
sorprende por el fuerte calado emocional de su tramo final, con un desenlace
que deja un sabor agridulce. Es entonces cuando la máquina desvela su nombre
–Edgar– y, cuan Roy Batty en “Blade Runner”, acepta cuál es su misión en la
vida y da una verdadera lección de humanidad a Miles y Madeline. Moraleja: La
mayor muestra de amor es saber retirarse a tiempo. En
unos tiempos en donde “Her” (2013) de Spike Jonze se hace con el Oscar al mejor
guión original con otro relato que demuestra que las máquinas también pueden
llegar a entender lo que es el amor, junto a unos seres humanos solitarios y
con serios problemas para relacionarse con los demás, vale la pena recordar que
todo ya estaba inventado antes.
PUNTUACIÓN:
7
José
Martín.
Estados Unidos. 1984. Título original: Electric Dreams. Director: Steve Barron.
Guión: Rusty Lemorande. Fotografía: Alex Thomson. Música: Giorgio Moroder.
Intérpretes: Lenny von Dohlen, Virginia Madsen, Maxwell Caulfield.
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